martes, 26 de enero de 2016

La Comuna de París

En este tiempo de protestas, críticas, manifestaciones y contestaciones a un orden que no está garantizando los derechos fundamentales ni la misma subsistencia de muchas personas, se está planteando la necesidad de generar alternativas. En la Historia contemporánea podemos encontrar algunas referencias: la Comuna de París es, quizás, el ejemplo más intenso de una experiencia de gobierno obrero al margen del orden establecido, y así fue ya reconocida por muchos revolucionarios contemporáneos.
La Comuna surgió a partir del final de la guerra franco-prusiana. La derrota de Sedán produjo la huida del gobierno francés a Versalles. En septiembre de 1870, la ciudad de París quedó en manos de unos comités de distrito con un comité central. Este comité tenía a su cargo unos 60.000 hombres de la guardia nacional. El comité declaró una comuna directamente elegida por el pueblo y rechazó la autoridad del gobierno de Versalles. En enero de 1871, los prusianos llegaban a las afueras de París.
En París salió elegida una Asamblea comunal, organizada en diez comisiones, dedicadas a distintas funciones: subsistencias, finanzas, trabajo, justicia, etc. En la Asamblea se sentaban representantes de distintas sensibilidades: antiguos jacobinos, blanquistas, proudhonianos, bakuninistas, etc..
Como decíamos al principio, con la Comuna se intentó organizar un modelo político nuevo, en el que todos los poderes debían proceder de la soberanía popular. El día 19 de abril de 1871 se publicó la Declaración al pueblo francés, donde se pedía autonomía para todas las comunas que se constituyesen en ciudades y departamentos, con derechos ilimitados de reunión y prensa, enseñanza obligatoria gratuita, etc.. Las industrias y talleres abandonados por sus dueños pasarían a ser regidos por comités obreros en régimen de autogestión. Los pisos vacíos fueron requisados y hasta se decretó la liberalización del arte.
“¿Qué pide el pueblo de París? La autonomía absoluta de la Comuna extendida en todas las localidades de Francia. Los derechos de la comuna son: el presupuesto comunal, el reparto del impuesto, la dirección de los servicios, de la magistratura, de la enseñanza y la garantía absoluta de la libertad individual y de trabajo. Eso quiere París: una delegación de las comunas federadas”
Pero fuera de París se constituyó el primer gobierno de la III República con Thiers a la cabeza. El gobierno envió un potente ejército, comandado por Mac-Mahon, para ocupar la capital, ya que la Comuna suponía un serio desafío al orden. Ni la burguesía francesa ni los prusianos estaban dispuestos a tolerar lo que estaba ocurriendo. Los combates fueron intensos, con mucha violencia y fusilamientos de prisioneros por ambas partes. Por fin, el ejército venció la resistencia parisina y entró en la ciudad, desatándose una durísima represión. Se calcula que unos setenta mil comunards fueron encarcelados y se exiliaron. Los fusilados pudieron llegar a los veinte mil.
El fracaso de la Comuna repercutió en la marcha de la AIT, especialmente en Francia, y en el movimiento obrero de muchos países, ya que los gobiernos consideraron a las asociaciones obreras como enemigas del orden y la paz pública, apresurándose a prohibirlas y a reprimir cualquier manifestación del mismo.

Eduardo Montagut

viernes, 22 de enero de 2016

Apuntes sobre el inicio del anarcosindicalismo en España

El anarcosindicalismo se vertebra en torno al sindicato como protagonista indiscutible de la movilización social, y tuvo un evidente éxito entre la clase obrera española. El sindicato se organizaba por ramas o sectores de producción. Buscaba, en primer lugar, transformaciones en el ámbito laboral, de ahí la popularidad que alcanzaron. Pero ese sería solamente el paso previo, ya que, al final lo que se pretendía era la revolución social, con la huelga general como instrumento fundamental.
200px-Logo_CNTEl anarcosindicalismo recoge algunos aspectos del marxismo para unirlos con las ideas anarquistas, como era la lucha libertaria, su aversión hacia la política y la participación en las instituciones democráticas, y la descentralización en la gestión. Hubo roces entre el anarquismo teórico y el anarcosindicalismo. Los grandes teóricos del anarcosindicalismo fueron Anselmo Lorenzo, Llunas i Pujals, etc., y los dirigentes más conocidos fueron Salvador Seguí, Ángel Pestaña, y Joan Peiró. En 1919 se celebró un congreso donde se establecieron algunos puntos: el comunismo libertario, la acción directa como forma de lucha, supresión de la propiedad privada y abolición del Estado.
Aunque hemos hablado de los conflictos entre el anarquismo teórico y el anarcosindicalismo no cabe duda que los enfrentamientos importantes se dieron entre éste y el socialismo español, ya fuera con el PSOE, ya, especialmente, con la UGT. Los anarcosindicalistas criticaban a los socialistas por reformistas, porque buscaban participar en las instituciones, y porque no los consideraban revolucionarios. En la historia del movimiento obrero español es muy importante conocer la competencia y conflicto entre la CNT y la UGT.
El anarcosindicalismo aparece con la creación de Solidaridad Obrera y con la formación de la CNT. En el ámbito pedagógico destacará la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia, y su editorial y periódico, “La Huelga General”.

Eduardo Montagut

sábado, 16 de enero de 2016

Las huelgas de inquilinos

Los problemas derivados de la vivienda no son actuales. Con distintas variantes y situaciones, derivadas del contexto histórico, siempre han existido. En este trabajo nos acercamos a cómo los elevados precios de los alquileres llevaron a la movilización social en el pasado siglo.
Las huelgas de inquilinos surgieron a principios del siglo XX en diversas ciudades españolas, aunque, al parecer en 1883 en un congreso de trabajadores de Valencia se llegó al acuerdo de promover huelgas de inquilinos para que los propietarios bajaran los alquileres. En los inicios del nuevo siglo se detectan en la prensa y en congresos obreros llamamientos para organizarse con el fin de que se rebajasen los precios de los alquileres. En Barcelona se creó la “Sociedad de inquilinos la Unión”. Dicha organización animaba a los obreros a unirse en todo el país para el fin propuesto, para evitar los desahucios y proponiendo la huelga de inquilinos para conseguirlo. El impago masivo de alquileres se podía convertir en un arma eficaz. Tenemos que recordar que la mayoría de la población española vivía en régimen de alquiler. El acceso a la propiedad es un fenómeno relativamente reciente de nuestra historia contemporánea.
Las primeras huelgas de inquilinos se desarrollaron en Baracaldo y Sestao en 1905, donde se llegó a paralizar la vida en esta importante zona industrial. En 1919 destacó la huelga de inquilinos de Sevilla. Ya en los años treinta se dieron dos grandes huelgas de este tipo: en 1930 en Barcelona y tres años después en Tenerife. Pero estas movilizaciones no fueron exclusivas de España porque el fenómeno se dio también en Europa, con ejemplos destacados en Budapest, en Viena o la muy importante de Glasgow donde se movilizaron veinte mil personas en 1915. También hubo huelgas de inquilinos en América, especialmente en Argentina. En 1907 se dio la que podría ser considerada la más grande de todas, ya que afectó a más de cien mil inquilinos.
Como ha quedado apuntado, estas huelgas consistían en dejar de pagar los alquileres colectivamente, como forma de presión para una mejora de las condiciones de vida. Se reivindicaba una bajada de los alquileres y también la construcción de viviendas públicas baratas. Además, los participantes en estas huelgas se organizaban para evitar desalojos. Las mujeres se destacaron en esta faceta de la lucha social. Las huelgas de inquilinos en España tuvieron cierta influencia del anarquismo y no tanto del socialismo. Tanta fuerza tuvieron estas movilizaciones que las autoridades se emplearon a fondo en su represión con intervenciones policiales para detener a los protagonistas y que se pudieran emprender los desahucios.
A corto plazo estas luchas fracasaron porque no pudieron bajar los alquileres ni que las autoridades reconociesen a los grupos o ligas de inquilinos como interlocutores, pero en una perspectiva más amplia, no cabe duda que contribuyeron a que se terminase por reconocer el derecho a la vivienda. Aún así, en muchos lugares, incluido nuestro país, es un derecho no garantizado.

Eduardo Montagut


martes, 12 de enero de 2016

Breve historia del derecho de huelga en España

La huelga ha sido un instrumento de protesta fundamental en la historia del movimiento obrero desde los albores de la Revolución Industrial hasta hoy mismo. En un momento en el que se suceden las huelgas y en el que reaparecen los debates sobre la posible regulación de las mismas y sobre las consecuencias que generan, hacer un recorrido, aunque sea breve, sobre la historia del derecho de huelga puede ayudarnos a tener elementos de juicio, sobre todo, al constatar que el reconocimiento de este derecho ha sido muy reciente, muy trabajosamente conseguido y que algunos sectores lo cuestionan de forma más o menos solapada.
En principio, el derecho de huelga se vincula en la historia del constitucionalismo al conjunto de derechos que están asociados a acciones colectivas, como son los de asociación y manifestación. Pero si los dos anteriores fueron reconocidos en casi toda Europa ya en el siglo XIX, el de huelga tardó mucho más en hacerlo, quizás porque era el que más ponía en cuestión los principios del sistema capitalista y porque generaba no pocos conflictos con otros derechos ya reconocidos. Habría que esperar a después de la Segunda Guerra Mundial para que el derecho de huelga fuese recogido por la Constitución francesa de 1946.
La huelga estuvo terminantemente prohibida en España durante todo el siglo XIX, estando considerada como delito hasta el año 1909. En los primeros decenios del siglo XIX comenzó a plantearse la necesidad de que el Estado interviniera en los conflictos laborales y no sólo empleando el uso de la fuerza para zanjarlos o empleando la ley para perseguir a los huelguistas. Este cambio se produce en un contexto general occidental donde el principio de no injerencia estatal del liberalismo clásico comenzaba a dejar paso a una tendencia que defendía una mayor intervención pública en el mundo socioeconómico en casi todos sus ámbitos, impulsada por la constatación de que el mercado no era la panacea que generaba la armonía soñada, pero también por la presión del movimiento obrero y de la izquierda política, así como por la posterior influencia de la experiencia revolucionaria rusa y del ascenso del fascismo, donde el Estado terminó adquiriendo un papel fundamental. En el caso concreto que nos ocupa, los gobiernos europeos intentaron buscar una alternativa para evitar las huelgas y sus consecuencias y, para ello, comenzaron a establecer organismos con el fin de mediar y buscar acuerdos entre los  patronos y los obreros, con desigual éxito. En España, en el año 1908 una ley dispuso la necesidad de crear comités paritarios para conciliar a las partes en los conflictos laborales colectivos. En 1922 se crearon los comités permanentes o temporales para la solución de este tipo de litigios. La Dictadura de Primo de Rivera fundó la Organización Corporativa Nacional, articulada en torno a los comités paritarios de cada oficio, formados por un mismo número de vocales patronos y obreros. Estos comités tenían como misión resolver pacíficamente los conflictos mediante la negociación, además de otras atribuciones de carácter laboral. Este sistema se basaba en el corporativismo fascista italiano pero con una importante diferencia, ya que permitía una cierta libertad de sindicación, por lo que el movimiento obrero ligado al socialismo aprovechó este puente tendido desde el poder, para incorporarse al sistema y, de ese modo, conseguir mejoras reales para los obreros, así como para intentar despegar frente a la pujanza que hasta esos momentos había tenido el anarcosindicalismo entre las clases trabajadoras. Aún así, en el socialismo español se vivió un intenso debate sobre la conveniencia de colaborar o no con la Dictadura. En contrapartida a la institucionalización de la negociación, el Código Penal de 1928 consideraba la huelga como un delito de sedición.

En la Segunda República, Largo Caballero, desde el ministerio de Trabajo, impulsó la reforma de las relaciones laborales, creando los jurados mixtos, cuyos precedentes eran los propios comités paritarios de la Dictadura. Un decreto de 7 de mayo de 1931 estableció los jurados mixtos para arbitrar las condiciones de contratación y vigilar las cuestiones laborales del campo. La ley de 27 de noviembre de ese mismo año extendía los jurados a la industria, servicios y actividades profesionales. Estos jurados estaban compuestos por vocales elegidos paritariamente por las organizaciones patronales y obreras. Los jurados debían, como misión fundamental, mediar en los conflictos laborales, estableciendo un dictamen de conciliación. En caso de que este dictamen fuera rechazado por alguna de las partes, el jurado podía remitirlo al Ministerio de Trabajo y éste al Consejo Superior de Trabajo para buscar una solución. Por otro lado, la ley estableció que tanto la huelga como el lockout, es decir, el cierre patronal, eran ilegales si se realizaban contra lo dispuesto en los acuerdos de conciliación o en los laudos arbitrales. Aún así, el Código Penal de 1932 dejó de considerar a la huelga como un delito de sedición.
Desde muy pronto, todavía en guerra, el régimen franquista consideró la huelga como un grave delito. El Fuero del Trabajo de 1938 calificaba como tal los actos individuales o colectivos que de algún modo turbasen “la normalidad de la producción”. El Código Penal de 1944 volvió a calificar la huelga como un delito de sedición.
En la historia legal de la huelga en nuestro país es capital recordar el decreto-ley de 1977 que anuló la legislación franquista y recogió una serie de condiciones que debía reunir una huelga para que fuera legal. Por fin,  en el segundo punto del artículo 28 de la Constitución de 1978 se reconoció el derecho de huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses, apelando a una ley cuya misión sería la regular este derecho para garantizar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad, los famosos “servicios mínimos”, cuestión que ha generado y genera no pocos conflictos entre las autoridades y los sindicatos.

Eduardo Montagut

domingo, 10 de enero de 2016

El anarquismo

Pretender resumir el anarquismo en un breve artículo es, cuando menos, una osadía pero, también es cierto que el objetivo que se pretende es acercarse a este movimiento fundamental en la historia contemporánea, ofreciendo algunas pistas para que se pueda profundizar en el tema, posteriormente. Así pues, seremos osados.
Introducción
El anarquismo es un movimiento que, al contrario del marxismo, no presenta una coherencia doctrinal, ya que, agrupa distintas concepciones, aunque, como regla general podríamos decir que se trata de una ideología individualista y libertaria y que propugna una sociedad sin autoridad, sin propiedad privada de bienes y medios de producción. Entre sus pensadores se pueden señalar a William Godwin, Max Stirner, Proudhon, Tolstoi, Eliseo Reclus, Kropotkin y Bakunin.
Bakunin
Mijail Bakunin (1814-1876) procedía de una familia aristocrática rusa. Abandonó su carrera militar y se instaló en Berlín para estudiar. La Revolución de 1848 le sorprendió en Praga donde fue detenido por las autoridades austriacas, siendo enviado a Rusia y desterrado a Siberia. Consiguió escaparse y vivió en varias ciudades europeas, instalándose en Suiza. Bakunin se destacó por su enfrentamiento con Marx en la I Internacional.
Bakunin defiende y exalta la libertad del individuo pero concebida socialmente. El hombre no podría ser verdaderamente libre sino lo eran el resto de seres humanos. Otra de las ideas fundamentales de Bakunin es su rechazo total a la Iglesia como institución aunque admite la pluralidad de cultos, ya que la religión es una cuestión de las conciencias individuales. La educación se contempla como un instrumento de cambio social; de hecho, entre los anarquistas siempre hubo destacados pedagogos, que defendieron un nuevo modelo de educación basado en las ideas libertarias, abriendo escuelas y editando libros. En relación con esto estaría la preocupación que los activistas anarquistas dieron al desarrollo de la propaganda oral hacia los obreros, muchos de ellos analfabetos.
Bakunin perseguía la eliminación del Estado por considerarlo un instrumento represivo, y la desaparición del ejército, innecesario una vez que ya no habría Estado. Bakunin creía en la revolución campesina, hecha desde abajo, por las masas, de forma espontánea, sin participación de partidos políticos. Estos postulados se basan en el rechazo radical de Bakunin y del anarquismo, en general, hacia la política y cualquier tipo de autoridad. El anarquismo no consideraba a los obreros industriales como protagonistas exclusivos de la revolución. Bakunin apostaba por los campesinos, mientras que otros anarquistas valoraron también la importancia de más sectores oprimidos, como los estudiantes y los jóvenes.
Una vez que triunfase la revolución, surgiría una sociedad sin Estado, sin poderes institucionales y se articularía en torno a comunas autónomas, especie de pequeñas células organizadas en régimen de autogestión. Mediante el sufragio universal masculino y femenino se elegirían a quienes dirigirían las comunas. Éstas podrían federarse o separarse libremente de otras comunas, hasta constituir regiones o naciones, pero manteniendo siempre la capacidad de abandonar la federación en la que se habrían integrado. En las comunas la propiedad sería colectiva.
El ideal anarquista sería, en conclusión, el de una sociedad de hombres y mujeres absolutamente libres, que no obedecerían más que a su razón. Las comunas son la constatación del rechazo anarquista hacia las grandes concentraciones fabriles y de población, resultado de la Revolución Industrial, ya que, se pensaba que en estas concentraciones era imposible el ejercicio constante de la soberanía, verdaderamente, popular.
 Comparación entre el anarquismo y el marxismo
El anarquismo y el marxismo presentan grandes diferencias entre sí, como se puso de manifiesto en la I Internacional cuando se discutió la cuestión de la participación obrera en la política institucional. Frente a la lucha política mediante la organización de los trabajadores en partidos políticos defendida por marxismo, los anarquistas abominan de todo tipo de organización política centralizada. Eran enemigos de emprender acciones políticas porque sus ataques no iban solamente contra el Estado burgués o capitalista, como defendía el marxismo, sino contra cualquier forma de Estado y, por supuesto, contra la dictadura del proletariado.
Si la revolución era el resultado de la lucha de clases y debía ser guiada por los partidos obreros, según el marxismo;  los anarquistas hablaban, como hemos visto, de una revolución o insurrección espontáneas. Otra de las grandes diferencias se refiere a los protagonistas de la revolución. Si el proletariado industrial era el sujeto revolucionario para el marxismo, los anarquistas se inclinaban hacia los campesinos y los sectores oprimidos, en general, de la sociedad.
Anarcomunismo
El anarquismo de Bakunin puede ser definido como anarco-colectivismo, ya que suponía la colectivización de los instrumentos de trabajo, el capital y la tierra, pero no de los frutos. Pero, también habría un anarco-comunismo, defendido por Kropotkin o Reclus, entre otros, que estipularía la necesidad de colectivizar no sólo los instrumentos sino también los productos. El anarco-comunismo era más sensible a la economía industrial donde era imposible determinar la cantidad de trabajo de cada uno y, en consecuencia, la riqueza pertenecería a todos.
Violencia
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, un sector del anarquismo eligió la vía del atentado terrorista contra los representantes del poder (reyes, políticos, etc). Se trataría de la “propaganda por el hecho”. En España destacaron los atentados de la bomba del Liceo de Barcelona y el asesinato de Cánovas del Castillo.
Anarcosindicalismo
La mayoría de los obreros que se acercaron al anarquismo se distanciaron de los sectores más radicales que empleaban la violencia. Otra vía pasaba por la formación de sindicatos que impulsaran la acción directa, es decir, que los conflictos laborales debían resolverse entre los obreros y los patronos sin la intervención de organismos de arbitraje. El anarcosindicalismo se basó en los principios de la lucha de clases, de la negación de la política, especialmente del parlamentarismo burgués,  de la huelga como instrumento de lucha y la idea de la creación de una sociedad sin Estado. Después de la Primera Guerra Mundial el anarcosindicalismo entró en decadencia entre los obreros, que optaron más hacia posturas comunistas por la fuerte influencia de la Revolución Rusa, con la excepción de España donde fue una corriente fundamental del movimiento obrero, especialmente a través de la CNT, fundada en 1910.

Eduardo Montagut

miércoles, 6 de enero de 2016

Ricardo Mella en el anarquismo español

En este artículo nos acercamos a una figura fundamental del anarquismo español, Ricardo Mella Cea, que nació en Vigo en el año 1861 y falleció en la misma localidad en 1925. Federica Montseny consideraba a Mella como el más profundo, penetrante y lúcido de los pensadores anarquistas españoles y sus escritos comparables a los de otros autores del anarquismo mundial. También debe ser destacada su primigenia militancia en el republicanismo federal Se da la circunstancia, además, de que Ricardo Mella y Esperanza Serrano fueron padres de dos personajes importantes de la izquierda española del siglo XX: la anarquista Urania Mella, duramente represaliada por el franquismo, y del ingeniero y político socialista Ricardo Mella Serrano.
Mella comenzó militar en el republicanismo federal gracias a la influencia de su padre José Mella Buján, un sombrero muy activo en las filas republicanas gallegas y admirador de Pi i Margall. Nuestro protagonista ingresó, aún adolescente, en el Partido Republicano Democrático Federal, llegando a ser su secretario. Mella defendía claramente la solución federal para el Estado español y la autonomía para Galicia.
Ricardo Mella conocía bien la realidad social gallega, los problemas para subsistir y que llevaban a muchos gallegos a emigrar a Ultramar. También sabía del inmenso poder caciquil en Galicia. Estas situaciones le hicieron colaborar activamente en la prensa, como en La Verdad, órgano del republicanismo más radical. Sus denuncias sobre un desfalco en el Banco de España le llevaron ante los tribunales en 1881, siendo condenado por injurias. Pero eso no le amilanó. En Vigo fundó La Propaganda, un nuevo medio del republicanismo federalista y con tendencia al obrerismo. Dicha publicación estuvo activa hasta 1885 y fue presentada en el Congreso de Barcelona de 1881 que, como es bien sabido, fue la reunión donde se constituyó la Federación de Trabajadores de la Región Española, tras la disolución de la Federación Regional Española de la AIT. También asistió al Segundo Congreso, celebrado en Sevilla, en 1882, y donde estableció contacto con importantes anarquistas como Juan Serrano y Antoni Pellicer. En estos Congresos nuestro protagonista estaba ya evolucionando hacia el anarquismo.
En ese mismo año de 1882 tuvo que marchar a Madrid para cumplir la condena impuesta en Galicia y que era de destierro. Allí se casó con Esperanza Serrano, hija de Juan Serrano. En 1884 tradujo el libro Dios y el Estado de Bakunin, colaboró en La Revista Social y con la publicación mensual Acracia. También enviaba trabajos a la publicación anarquista barcelonesa El Productor, dirigida por destacados personajes del anarquismo como el mencionado Pellicer, Anselmo Lorenzo y Rafael Farga. Mella declaró a principios del siglo XX que La Revista Social le hizo ser anarquista.
Su suegro, Juan Serrano, le aconsejó que estudiara topografía. Eso hizo y ganó una oposición. Fue destinado a Andalucía y allí, dada su gran inquietud social, se interesó por la realidad de los jornaleros y entró en contacto con los anarquistas andaluces. Es este momento en el que Mella atacó la estrategia de la violencia. En Sevilla fundó varias publicaciones, como La Solidaridad. En esta etapa andaluza acudirá a los dos primeros Certámenes Socialistas celebrados en Reus (1885)  y Barcelona (1889), presentado varios trabajos, entre los que destacan un estudio sobre la emigración gallega, Diferencias entre el comunismo y el colectivismo, La anarquía: su pasado, su presente y su porvenir, La nueva utopía (novela imaginaria), El crimen de Chicago, etc..
En 1895 regresó a Galicia. Al año siguiente refugió en su casa de Vigo a Josep Prat, que huía de Barcelona por la persecución desencadenada a raíz del Proceso de Montjuïc. Precisamente, desde la prensa denunció los fusilamientos que trajo consigo el juicio. En esta época se intensificaron sus colaboraciones en la prensa gallega, madrileña e internacional, tanto de Estados Unidos, como de Argentina y Francia. Escribió los librosLombroso y los anarquistas (1896), Los sucesos de JerezLa barbarie gubernamental en España (Estados Unidos, 1897), La ley del número (1899), Táctica socialista (1900), La coacción moral (1901), entre otras obras. Destacará también la memoria La cooperación libre y los sistemas de comunidad, que en 1900 llevó al Congreso Revolucionario Internacional de París.
Mella siguió trabajando de topógrafo, lo que le llevó a residir durante un tiempo en Asturias. En esta época no estuvo muy activo, aunque fundaría con Eleuterio Quintanilla el periódico Acción Libertaria. Fue una etapa de fuertes disensiones y discusiones en el seno del anarquismo.
Mella no era partidario de las teorías sobre la pedagogía integral de Ferrer i Guardia porque siempre defendió un anarquismo puro, sin adjetivos. A raíz de los sucesos de la Semana Trágica siguió trabajando en la prensa anarquista, en Acción Libertaria de Gijón y en El Libertario, publicaciones asturianas. También colaborará en Acción Libertaria, publicación madrileña, además de regresar a Vigo donde se dedicaría a la construcción de la red de tranvías eléctricos, que pasó a dirigir. No fue contrario a la creación de la CNT pero planteó algunos reparos. En 1911 acudió al primer congreso de la Confederación representando a Asturias.
Mella fue dejando su militancia de primera línea en el seno del anarquismo en torno a la época en la que estalló la Gran Guerra, dedicándose de pleno a su profesión hasta que le sorprendió la muerte en 1925.
Eduardo Montagut

lunes, 4 de enero de 2016

Las condiciones laborales de los obreros en el siglo XIX

El número de horas de trabajo de los obreros en la Europa del siglo XIX fue muy variable, y sus condiciones laborales muy precarias, en función de la actividad desarrollada. En las fábricas algodoneras la duración de la jornada podía llegar a las quince horas. La duración de la jornada fue disminuyendo a lo largo del siglo XIX. Hacia 1870, los obreros ingleses trabajaban como media unas doce horas diarias y con pocos días de descanso. En la década de los años ochenta, la jornada se fue rebajando hasta las diez o nueve horas. Una de las grandes reivindicaciones de las organizaciones obreras durante todo el siglo XIX y los primeros años del siglo XX fue la jornada de ocho horas de trabajo, seis días a la semana. En algunos países de Europa se tardaron décadas en conseguirlo.
Mujeres y niños constituían una buena parte de la mano de obra de la época de la Revolución Industrial. En el año 1839, la mitad de la clase obrera británica estaba constituida por mujeres. En el inicio de la década de los años cincuenta, se sabe que trabajaba el 28% de la población comprendida entre los 10 y 15 años.
Los salarios eran muy bajos y muy ajustados para satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores. El trabajo infantil estaba mucho peor remunerado, lo mismo que el de las mujeres, que percibían alrededor de la mitad del salario de los hombres. A partir de los años cincuenta, los salarios tendieron a subir, especialmente para los obreros cualificados, pero el nivel de vida de los trabajadores continuó siendo muy bajo.
En las zonas industriales se pensó que sería conveniente que las viviendas de los trabajadores estuvieran cerca de las fábricas. Así surgieron los barrios obreros, con edificios de dos o tres plantas al principio, pero que aumentaron progresivamente en altura y volumen, a la vez que se extendían por los suburbios de las principales ciudades. Los barrios obreros crecieron de forma desordenada, sin que los poderes municipales se preocupasen de atender a los servicios como eran el trazado ordenado de calles, alumbrado público, conducción de aguas, alcantarillas, basuras, etc. Las calles y patios estaban muy degradados por el amontonamiento de basuras y desperdicios. Al no haber desagües, las aguas sucias se estancaban. Esa situación, unida al hacinamiento y la mala ventilación, aumentaban el peligro de infecciones. El interior de las viviendas era muy pobre, con pocas habitaciones, siendo frecuentes las cocinas y letrinas comunitarias.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX se extendieron por Europa las conocidas como colonias industriales fuera de las ciudades. Se trataba de una especie de barrios para los empleados de una fábrica, y se edificaban junto a la misma. Eran colonias construidas por iniciativa del empresario. El propietario vivía en una gran mansión, los directivos ocupaban casas amplias y los obreros tenían pequeñas casas. También tenían iglesias, tiendas, escuelas y hasta cementerios, en algunos casos.
Las primeras etapas de la industrialización trajeron consigo unas pésimas condiciones de vida para los obreros, como hemos comprobado. A finales del siglo XIX su situación mejoró en cierta medida, en parte debido al descenso de los precios agrícolas y también gracias a las conquistas sociales, y a una mayor preocupación de los poderes por la situación de los obreros, temerosos de la fuerza del movimiento obrero.
En relación con la dieta, el alimento principal siguió siendo la harina en forma de pan o de gachas, y la patata, que se difundió de forma extraordinaria hacia la mitad del siglo XIX. El consumo de carne, frutas, verduras y pescado fue, en cambio siempre muy escaso. El gasto en vestidos era muy reducido. La indumentaria del trabajador se diferenciaba claramente de la de los burgueses: la blusa y la gorra eran elementos distintivos de los hombres; y un vestido largo, era el atuendo de las mujeres.
El centro de ocio de los obreros era la taberna, único lugar que permitía relacionarse fuera del trabajo. Este hecho, junto con las duras condiciones labores, tuvo mucho que ver con el alto grado de alcoholismo existente entre las clases trabajadoras. El movimiento obrero intentó mejorar el ocio de los obreros a través de nuevos centros como las casas del pueblo, donde además de reunirse para debatir sobre aspectos laborales y políticos, se podía encontrar una alternativa a la taberna con clases, charlas, teatro, biblioteca, etc..
Eduardo Montagut

domingo, 3 de enero de 2016

Anselmo Lorenzo

Anselmo Lorenzo nació en Toledo en el año 1841. Siendo aún niño se trasladó a Madrid donde comenzaría a trabajar de aprendiz de tipógrafo. Anselmo Lorenzo comenzó militando en el federalismo de Pi i Margall. Pero conoció las ideas que traía Fanelli, ya que asistió a las reuniones que se organizaron para conocer el internacionalismo y el pensamiento de Bakunin, y este hecho le cambiaría para siempre. Se afilió a la Alianza Internacional, y fue fundador del grupo madrileño de la AIT, además de miembro de su Consejo Federal. Al prohibirse la Internacional en España tuvo que exiliarse en Portugal. Allí contribuyó a que se crearan los primeros núcleos de la AIT portuguesa.
Viajó como delegado de la Federación Regional Española a la Conferencia de Londres de la AIT en 1871, y allí conoció a Marx y Engels. En el Congreso de Zaragoza de 1872 luchó para intentar que no se ahondase la brecha entre los marxistas y los anarquistas. Dimitiría de su cargo en el Consejo Federal. Se marchó a Francia aunque regresaría a España en 1874, instalándose en Barcelona.
Durante la Restauración trabajó intensamente en la clandestinidad. Participó en los certámenes socialistas de Reus y Barcelona. A cuenta del Proceso de Montjüich de 1896 se exilió en Francia. Allí mantuvo muchas relaciones con líderes socialistas, radicales y anarquistas. Fruto de su experiencia francesa, al regresar a España difundió las obras de Kropotkin y Rèclus.
Anselmo Lorenzo ayudó a Ferrer i Guardia en su Escuela Moderna, y colaboró en las publicaciones, “La Huelga General”, “Tierra y Libertad”, con Federico Urales. Fue encarcelado y deportado en varias ocasiones entre 1902 y 1909. Después de la Semana Trágica fue deportado a Alcañiz.
Anselmo Lorenzo estuvo presente en todos los momentos clave del anarcosindicalismo español hasta su muerte, acontecida en 1914 en Barcelona. Le vemos en la fundación de Solidaridad Obrera, en la creación de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, y en la de la CNT.
Entre sus obras citaremos las siguientes: Fuera Política (1886), Acracia o República (1886), Criterio Libertario (1903), Vía Libre (1905), Solidaridad (1909), La Anarquía Triunfante (1911), Contra la Ignorancia (1913), y su obra más importante, El Proletariado Militante, donde se hace una descripción de la historia de la Internacional en España, desde su fundación hasta 1880.

Eduardo Montagut

viernes, 1 de enero de 2016

La acción directa y el terrorismo como métodos de lucha en el primer tercio del siglo XX

En un momento de protestas de todo tipo, en esta intensa crisis en todos los niveles, nos acercamos al estudio de dos formas de lucha vinculadas con el anarquismo: la acción directa del sindicalismo revolucionario y el terrorismo, en el primer tercio del siglo XX.
La acción directa fue un medio de lucha del anarcosindicalismo que en España defendió la CNT o Confederación Nacional del Trabajo. Este método de lucha consistía en el recurso a la huelga, las ocupaciones de fábricas, el trabajo lento para no cumplir con los objetivos productivos marcados, el sabotaje, el boicot a la producción, a los comercios o a los propietarios de la tierra en el caso del sector agrícola. Estos mecanismos estarían fuera del marco legal establecido para las relaciones entre patronos y trabajadores y, por supuesto, también al margen de todo tipo de instituciones o corporaciones dedicadas a la mediación laboral.
La acción directa partía del análisis del capitalismo que se hacía desde el anarquismo. El sistema capitalista estaría organizado para satisfacer los intereses exclusivos de la burguesía. Todos los mecanismos de dicho sistema se habrían creado, por consiguiente, para estar al servicio de dicha clase. De esa forma, los trabajadores tendrían todo el derecho de emplear los medios que estimasen oportunos para luchar y conseguir sus reivindicaciones, sin entrar en el juego de los mecanismos establecidos, como sería la mediación laboral, por ejemplo. En este sentido, el anarcosindicalismo se alejaría de forma clara del sindicalismo socialista, más proclive a emplear los instrumentos legales para conseguir sus reivindicaciones, aunque sin renunciar a la huelga que, durante mucho tiempo, fue ilegal en nuestro país.
El empleo de la violencia a través de atentados terroristas no es, en puridad, uno de los medios de la acción directa sino de la denominada propaganda por el hecho y que nació antes, en los últimos decenios del siglo XIX, con importantes atentados en España, como los de la bomba del Liceu o el asesinato que costó la vida a Cánovas del Castillo, entre otros. Pero este recurso terrorista reapareció con fuerza en la Barcelona de después de la Gran Guerra cuando algunos grupos partidarios del uso de la violencia entraron en relación con medios libertarios y comenzaron a atentar en la capital catalana, aunque una parte importante de los cenetistas nunca estuvo de acuerdo con el empleo de esta forma de lucha. En Barcelona, la espiral de violencia fue brutal, generándose una verdadera dinámica de acción-represión al aplicarse la conocida como “ley de fugas” y ponerse en marcha el pistolerismo financiado por la clase empresarial. Salvador Seguí, el abogado Layret o Evelio Boal cayeron asesinados. La figura del gobernador Martínez Anido quedará siempre ligada a esta época de represión sin límites, con un claro protagonismo de los sindicatos libres para combatir a los anarquistas. En el otro lado, famosos se hicieron Los Solidarios con atracos y atentados, encaminándose posteriormente sus acciones hacia una posible insurrección anarquista. Este grupo estuvo formado por Durruti, García Oliver, Ascaso, Llamas, etc…, pero destacados personajes como Pestaña o Peiró, no apoyaron estos medios. El golpe de Primo de Rivera terminó con esta situación.

Eduardo Montagut