jueves, 31 de marzo de 2016

El modelo sindical de la Dictadura de Primo de Rivera

 El modelo sindical de la Dictadura de Primo de Rivera se estableció a través de los denominados Comités Paritarios, organismos creados por un decreto-ley de 26 de noviembre de 1926, obra de Eduardo Aunós, ministro de Trabajo bajo la Dictadura de Primo de Rivera. Tenían como misión regular las relaciones laborales. Se encontraban dentro de la Organización Corporativa Nacional, y eran su principal pilar. Tenían funciones jurisdiccionales e inspectoras. Se encargaban de aprobar y elaborar leyes reguladoras sobre las condiciones laborales y de resolver los conflictos entre la patronal y los obreros.
Los Comités Paritarios estaban formados por vocales, en igual número, que eran representantes de los patronos y de los trabajadores. El presidente era un representante del gobierno. Los vocales eran nombrados de forma libre por los empresarios y por los sindicatos. De esta manera, la UGT consiguió copar casi todos los puestos, habida cuenta que el sindicalismo anarquista estaba prohibido. La participación de la familia socialista en el sistema laboral corporativo diseñado por la Dictadura generó un intenso debate interno.
Por encima de los Comités estaban los Consejos de Corporación y una Comisión Delegada de Consejos. También, había Comisiones Paritarias locales de trabajo y provinciales. Duraron hasta 1931 cuando fueron sustituidos por los Jurados Mixtos.
Los Comités Paritarios contribuyeron, además de la represión y la bonanza económica, que no deben olvidarse, a que la conflictividad social bajase considerablemente en relación con el período anterior. Pero la crisis económica que comenzó a afectar a España ya en 1928 terminaría con la relativa paz social. Precisamente, en este momento, la patronal y los sectores sociales y políticos más conservadores comenzaron a criticar a los Comités Paritarios. Pidieron su reforma para que solamente se dedicasen a las cuestiones de arbitraje laboral y no a legislar. El paternalismo de Primo de Rivera no era ya una opción que los empresarios considerasen positiva.
En conclusión, los Comités Paritarios se quedaron a medio camino entre dos modelos de sindicalismo. Por un lado, al estar integrados en la Organización Corporativa Nacional, parecían encuadrarse en el sindicalismo único y obligatorio de tendencia vertical y totalitaria. Pero, al permitir la existencia de la UGT, habría un componente de sindicalismo de clase evidente. No era, pues, igual al modelo italiano impuesto por el fascismo. Lo que se pretendía era evitar las huelgas y solucionar los conflictos sociales a través de la intervención. El franquismo, por su parte, aprenderá de la experiencia de la Dictadura y será más favorable al modelo fascista para establecer un claro sindicalismo vertical. Era impensable que se permitiesen los sindicatos de clase.
Eduardo Montagut

lunes, 14 de marzo de 2016

El poder contra el sindicalismo: La Ley le Chapelier

En este breve trabajo estudiamos la oposición de la burguesía al asociacionismo obrero en la Revolución liberal.

Las Revoluciones políticas liberal-burguesas abolieron las cargas feudales a las que estaban sometidos los campesinos y las ordenanzas gremiales de los artesanos. Además, el liberalismo económico no sólo terminó con esas trabas o regulaciones económicas sino que estableció la libre contratación y  prohibió la creación de organizaciones que agruparan a los trabajadores.
Las contrataciones y relaciones laborales se debían establecer de forma individual entre el patrono y el trabajador, según las leyes del mercado de la oferta y la demanda de trabajo. Como la mano de obra era muy abundante, a causa del éxodo rural de los campesinos en busca de trabajo en las ciudades, y por la salida de los artesanos de los gremios abolidos, los empresarios hicieron contratos con bajos salarios.
La burguesía no podía tolerar la existencia de organizaciones obreras porque consideraba que iban contra la libertad de empresa y de contrato, ya que podían presionar para establecer mejores salarios, además de otras reivindicaciones laborales colectivas. En Inglaterra se dieron las Combination Acts de 1799 y 1800, que prohibían explícitamente las organizaciones de trabajadores.
La asociación de obreros estuvo considerada como un complot o "conspiracy". En Francia fue famosa, en este sentido, la Ley Le Chapelier. En este artículo nos detendremos en la misma y en su autor.
Isaac le Chapelier fue un abogado que participó en la Asamblea Nacional en la famosa sesión del 4 de agosto de 1789 en la que se abolió el feudalismo. También contribuyó a la fundación del club de los Jacobinos. Pero su principal aportación en la Historia fue la de ser el autor de la ley que lleva su nombre, promulgada el 14 de junio de 1791, por la que se establecía la libertad de empresa en Francia, aboliendo los gremios existentes. Se trató del triunfo del liberalismo económico y del individualismo, y no sólo por la abolición de uno de los pilares del sistema productivo del Antiguo Régimen, sino, porque, también prohibía que los empresarios, comerciantes, obreros o artesanos pudieran asociarse y establecer normas comunes.
Este aspecto es importante porque se aplicaría contra los intentos de asociación de los trabajadores a partir de entonces. Esta prohibición fue recogida, además, en el Código Penal francés. La ley no fue derogada hasta el año 1864.

Eduardo Montagut

jueves, 10 de marzo de 2016

Marginación en la España del XIX

Los límites que separan a las clases humildes urbanas y rurales de los marginados o excluidos es muy difícil de trazar en España durante el siglo XIX. Podemos establecer algunas categorías sociales pero con reservas porque muchas personas con trabajo vivían en situaciones muy calamitosas, al borde del desastre. En tiempos de la Restauración borbónica se calcula que el 3% de los españoles eran marginados, pero el porcentaje aumentó con la crisis del final del siglo. En todo caso, siempre hay que tener cierta cautela con los números.
En primer lugar podemos hablar de los denominados “pobres naturales”, “pobres de solemnidad” y mendigos. En el sur de España podían superar el 4% de la población total, y había más mujeres que hombres, como lo demuestran los censos. Eran los mendigos a las puertas de las Iglesias, los expósitos de las inclusas, los huérfanos de los hospicios, viudas que no recibían pensión alguna y en muchos casos con hijos a su cargo, ancianos abandonados,  enfermos crónicos y personas con algún tipo de minusvalía física o psíquica sin atención o muy mal atendidos en los hospitales y asilos.
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Otro amplio grupo era el conocido como el de los “vagos”, “vagabundos” o “maleantes”. La línea de separación con el anterior grupo no es fácil, ya que algunos mendigos o pobres podían delinquir para poder sobrevivir. En este grupo se puede incluir al amplio número de alcohólicos que había en España, fruto de la extrema dureza de la vida en un país donde el alcohol siempre ha tenido una gran aceptación social, y cuya adicción les impedía encontrar trabajo o la falta del mismo abocaba a muchos hombres a beber. Las autoridades incluían en este amplio grupo de “maleantes” a los gitanos, y lo venían haciendo desde el Antiguo Régimen, especialmente desde los tiempos del despotismo ilustrado, que se caracterizó por una verdadera cruzada contra los mismos. Los gitanos eran considerados vagabundos, es decir, sin domicilio fijo, algo que el poder no toleraba, y delincuentes también, potenciando el imaginario popular. Fueron perseguidos constantemente sin plantear nunca una política de integración. Los homosexuales y prostitutas también eran considerados maleantes y eran perseguidos, aunque las segundas vivían en una especie de régimen ambivalente, propio de la hipocresía de la sociedad burguesa. Por fin, habría que mencionar a la población reclusa, los presidiarios.
La ausencia del concepto de Estado del Bienestar, de la falta del reconocimiento de los derechos sociales y, por lo tanto, de su garantía dejaba a su suerte a muchos españoles y españolas que podían quedarse sin trabajo, enfermar gravemente, sufrir accidentes de trabajo, o llegar a una edad en la que ya no se puede trabajar.
Tradicionalmente, la Iglesia ha sido la institución que más atención ha prestado a marginados de todo tipo, aunque desde los tiempos del despotismo ilustrado, el Estado fue adquiriendo más protagonismo en esta tarea, con una filosofía mayoritariamente utilitarista. Si la Iglesia practicaba la caridad a través de hospitales, distribuciones de alimentos (“sopa boba”) y limosnas, ya que era uno de los valores fundamentales del catolicismo, especialmente remarcado desde los tiempos de la Contrarreforma, el Estado quería convertir al mayor número posible de pobres, vagabundos y excluidos en personas útiles al servicio de la sociedad, por lo que, además de encarcelar a los que delinquían, intentaba emplear al resto en obras públicas o los reclutaba en el ejército.
También conviene destacar que durante el siglo XIX adquirieron importancia los establecimientos de beneficencia municipales. Por su parte, el movimiento obrero luchó por los derechos sociales y se crearon sociedades de socorros mutuos. Habría que esperar al siglo XIX para que comenzara a pensarse en la necesidad de que el Estado interviniese en esta materia. Conviene, eso sí, citar a la Comisión de Reformas Sociales, creada por un decreto de 1883 y reformada en 1890. Su secretario, Gumersindo de Azcárate, elaboró un exhaustivo cuestionario para que se realizase una investigación sobre la situación de las clases trabajadoras. Dicha información es valiosísima para el historiador pero, lamentablemente, influyó muy poco en los gobiernos liberales y conservadores a la hora de tratar los graves problemas que afectaban a la mayoría de la población y que podían llevar a muchos al sufrimiento de la marginación.

Eduardo Montagut

miércoles, 2 de marzo de 2016

Las marchas del hambre en Gran Bretaña

En estos tiempos de crisis y de durísimos recortes en las políticas sociales el hambre ha vuelto a aparecer en España, atacando a los grupos más desfavorecidos y con especial incidencia en los niños. Lo que era algo impensable hace un par de años está ocurriendo. En este artículo nos acercamos a otros períodos de crisis del pasado siglo XX cuando el hambre movilizó a muchas personas. Nos referimos a las conocidas como “marchas del hambre”, que fueron muy importantes en Gran Bretaña, con ejemplos en otros lugares.
Las “marchas del hambre” fueron manifestaciones donde se protestaba porque el paro impedía a muchas personas comer porque no contaban con recursos con los que poder comprar alimentos. Estas protestas surgieron en el Reino Unido en los años veinte. En el año 1922, la crisis post-bélica castigó a Escocia intensamente, ya que afectó a la industria pesada y a los astilleros, que ocupaban a muchos trabajadores. En octubre de ese año un grupo de socialistas y comunistas de Glasgow organizó la primera “marcha del hambre” hacia Londres. En enero de 1929 tuvo lugar otra aún mayor en relación con el número de manifestantes.
Ya en los años treinta, en octubre de 1932, cuando el paro superaba los dos millones y medio de personas, como consecuencia de la Gran Depresión, el Movimiento Nacional de Obreros Parados organizó una “marcha del hambre” con tres mil personas. La marcha comenzó en tres zonas: Glasgow, el sur de Gales y el norte de Inglaterra, y terminó en la capital británica. En Hyde Park se desarrolló una manifestación. Posteriormente se presentó en el Parlamento una petición con un millón de firmas.
En octubre de 1936 se produjo otra importante “marcha del hambre”, la conocida como “Cruzada de Jarrow”, protagonizada por dos centenares de obreros de los astilleros de Jarrow, y que marchó hacia Londres.
Fuera del Reino Unido se puede aludir al caso chileno. Al terminar la Primera Guerra Mundial se produjeron marchas del hambre entre los años 1918 y 1919, asociadas a la crisis de la industria salitrera.

Eduardo Montagut

domingo, 28 de febrero de 2016

La Huelga de La Canadiense

 En este mes de febrero se cumplen 97 años de la huelga de La Canadiense (1919) en Barcelona, un conflicto social de gran importancia en la Historia del movimiento obrero y en el proceso de descomposición final de la Monarquía de Alfonso XIII, por sus repercusiones nacionales.
Mientras se producía una crisis política permanente, España vivía una fuerte crisis económica al terminar la Gran Guerra, y que se puede resumir en los siguientes rasgos: contracción de la demanda con cierre de empresas, consiguiente aumento del paro y rebajas salariales. Esta situación provocó un aumento de la conflictividad social, en plena Revolución Rusa, ejemplo del triunfo del socialismo.
El descontento de los obreros fue dirigido por los sindicatos, en plena expansión: UGT y CNT. La acción sindical se intensificó en el campo, en las zonas industriales y las grandes ciudades. En Andalucía se produjo el conocido como trienio bolchevique, provocado por las condiciones de vida de los jornaleros. En Barcelona se concentró el mayor nivel de violencia entre los años 1919 y 1923, a causa de la fuerza de la CNT y la dura respuesta de los patronos. El gran conflicto de esta época fue la huelga de 1919 iniciada en la empresa La Canadiense a principios del mes de febreroEsta compañía era conocida con este nombre porque el principal accionista de la Compañía era elCanadian Bank of Commerce of Toronto. Se dedicaba al suministro eléctrico de Barcelona. El conflicto surgió cuando los trabajadores decidieron organizarse sindicalmente, provocando la reacción del gerente de la empresa que intentó desunir a los obreros. El enfrentamiento se complicó con el despido de los que habían organizado el sindicato. Este hecho desencadenó una gran movilización interna, y los trabajadores se dirigieron al gobernador civil, que les prometió mediar si volvían al trabajo. Pero al regresar al puesto de trabajo se encontraron con la policía que les impidió entrar, produciéndose incidentes. El despido siguió adelante.
Estos hechos desencadenaron una reacción en cadena por la capital catalana. Los trabajadores acudieron a la CNT. Se formó un comité de huelga y se crearon las consabidas cajas de resistencia. El suministro eléctrico se vio seriamente comprometido y, al final la ciudad se paralizó durante 44 días, ya que sin electricidad era muy difícil que prosiguiera la producción industrial. Fue un éxito a pesar de la contundente intervención de las tropas y de la llegada de Martínez Anido.
Al final, por mediación del gobierno se consiguió un acuerdo por el que se readmitía a los despedidos y se conseguía la jornada de ocho horas, aunque ni la patronal ni los militares estaban de acuerdo, que siempre apostaron por la línea dura. Ante la fuerza de la CNT y el acuerdo que estipulaba la readmisión de los obreros despedidos, la patronal recurrió al cierre empresarial y creó una milicia privada, el somatén, e incluso contrató a pistoleros a sueldo para asesinar a los dirigentes sindicales y se consiguió la ayuda de los Sindicatos Libres para enfrentarse a los dirigentes obreros. Los militares hasta se negaron a liberar a los detenidos. Los sindicalistas recurrieron, a su vez, a la violencia. Los sectores más radicales de la CNT se impusieron y decretaron la huelga general.
La intensa conflictividad social y, sobre todo, la violencia desatada entre pistoleros de un lado y otro entre los años 1919 y 1921 llevó al gobierno, fuertemente presionado por la patronal catalana a declarar el estado de guerra, suspendiendo las garantías constitucionales y cediendo el mantenimiento del orden a los militares en Barcelona. Martínez Anido pasó a hacerse cargo del puesto de gobernador civil. En 1921 se aprobó la “Ley de Fugas”, que permitía matar a los detenidos que intentaran huir. Esto permitió el asesinato impune de muchos dirigentes obreros.

Eduardo Montagut

martes, 23 de febrero de 2016

Los inicios del anarquismo en España

En este artículo planteamos las líneas generales del inicio del anarquismo en España hasta el final del siglo XIX.
El anarquismo se extendió en España a partir de la Primera Internacional. En esta difusión de las ideas anarquistas tendría un evidente protagonismo Giuseppe Fanelli, amigo de Bakunin. En el primer Congreso Obrero, celebrado en Barcelona en 1870, se creó la Federación Regional Española de la AIT, siendo mayoría los partidarios de las ideas de Bakunin. En el Congreso de Córdoba de 1872 se rechazaron las resoluciones aprobadas en el Congreso de La Haya, y se decidió adherirse a la Internacional disidente anarquista que se constituyó en Saint-Imier.
Mientras tanto, el fracaso del cantonalismo y la intervención de Pavía marcando el final de la Primera República marcaron el fracaso del internacionalismo en España. Surgieron grupos clandestinos y defensores de la Revolución. Esta situación cambió cuando en 1881 el gobierno liberal inició una política de mayor tolerancia hacia el asociacionismo obrero. Un sector de los anarquistas catalanes, partidarios de las acciones sindicales abiertas y no clandestinas, consiguieron crear la Federación de Trabajadores de la Región Española. En el Congreso de 1882, y que se celebró en Sevilla, se comprobó el auge de dicha Federación porque ya contaba con 50.000 afiliados, especialmente del mundo industrial catalán, y de Andalucía, las dos zonas donde siempre el anarquismo español tuvo sus mayores fuerzas.
En Andalucía los grandes propietarios comenzaron a temer la fuerza creciente del movimiento obrero anarquista, y como respuesta desarrollaron una lucha sistemática. El resultado de esta represión fue la detención de centenares de trabajadores, consiguiendo desarticular muchas organizaciones o federaciones. El episodio más famoso fue el de la Mano Negra en Jerez. La Guardia Civil descubrió a una sociedad secreta con dicho nombre y a la que se quiso identificar con la Federación de Trabajadores de la Región Española. Se usó el pretexto de dos asesinatos perpetrados pero que no tenían un móvil social para iniciar un proceso judicial contra la Mano Negra que concluyó con la ejecución de siete campesinos, varias condenas perpetuas y algunos destierros. Esta represión fue muy eficaz, ya que la Federación terminó por disolverse en 1888.
Eso no fue obstáculo para que fuera del control de la Federación hubiera pequeños grupos anarquistas autónomos, aunque de vida efímera. Su filosofía se basaría en la acción directa, o como se conocía, de la “propaganda por el hecho”, es decir, con atentados, empleando el terror. En la década de 1890 comenzó una cadena de atentados, especialmente en Barcelona. El hecho más famoso fue el de la bomba del Teatro del Liceo, que provocó una verdadera matanza. Esta acción motivó la aprobación de la Ley de Represión del Terrorismo. Dicha represión se puso en marcha, llegando al Proceso de Montjuïc con cinco penas de muerte, veinte condenas de prisión y algunas deportaciones. El proceso tuvo una enorme repercusión en toda España y en el extranjero, con diversos actos de denuncia y protesta. Una de sus consecuencias fue el asesinato de Cánovas del Castillo en 1897 por parte del obrero anarquista Angiolillo.

Eduardo Montagut

martes, 26 de enero de 2016

La Comuna de París

En este tiempo de protestas, críticas, manifestaciones y contestaciones a un orden que no está garantizando los derechos fundamentales ni la misma subsistencia de muchas personas, se está planteando la necesidad de generar alternativas. En la Historia contemporánea podemos encontrar algunas referencias: la Comuna de París es, quizás, el ejemplo más intenso de una experiencia de gobierno obrero al margen del orden establecido, y así fue ya reconocida por muchos revolucionarios contemporáneos.
La Comuna surgió a partir del final de la guerra franco-prusiana. La derrota de Sedán produjo la huida del gobierno francés a Versalles. En septiembre de 1870, la ciudad de París quedó en manos de unos comités de distrito con un comité central. Este comité tenía a su cargo unos 60.000 hombres de la guardia nacional. El comité declaró una comuna directamente elegida por el pueblo y rechazó la autoridad del gobierno de Versalles. En enero de 1871, los prusianos llegaban a las afueras de París.
En París salió elegida una Asamblea comunal, organizada en diez comisiones, dedicadas a distintas funciones: subsistencias, finanzas, trabajo, justicia, etc. En la Asamblea se sentaban representantes de distintas sensibilidades: antiguos jacobinos, blanquistas, proudhonianos, bakuninistas, etc..
Como decíamos al principio, con la Comuna se intentó organizar un modelo político nuevo, en el que todos los poderes debían proceder de la soberanía popular. El día 19 de abril de 1871 se publicó la Declaración al pueblo francés, donde se pedía autonomía para todas las comunas que se constituyesen en ciudades y departamentos, con derechos ilimitados de reunión y prensa, enseñanza obligatoria gratuita, etc.. Las industrias y talleres abandonados por sus dueños pasarían a ser regidos por comités obreros en régimen de autogestión. Los pisos vacíos fueron requisados y hasta se decretó la liberalización del arte.
“¿Qué pide el pueblo de París? La autonomía absoluta de la Comuna extendida en todas las localidades de Francia. Los derechos de la comuna son: el presupuesto comunal, el reparto del impuesto, la dirección de los servicios, de la magistratura, de la enseñanza y la garantía absoluta de la libertad individual y de trabajo. Eso quiere París: una delegación de las comunas federadas”
Pero fuera de París se constituyó el primer gobierno de la III República con Thiers a la cabeza. El gobierno envió un potente ejército, comandado por Mac-Mahon, para ocupar la capital, ya que la Comuna suponía un serio desafío al orden. Ni la burguesía francesa ni los prusianos estaban dispuestos a tolerar lo que estaba ocurriendo. Los combates fueron intensos, con mucha violencia y fusilamientos de prisioneros por ambas partes. Por fin, el ejército venció la resistencia parisina y entró en la ciudad, desatándose una durísima represión. Se calcula que unos setenta mil comunards fueron encarcelados y se exiliaron. Los fusilados pudieron llegar a los veinte mil.
El fracaso de la Comuna repercutió en la marcha de la AIT, especialmente en Francia, y en el movimiento obrero de muchos países, ya que los gobiernos consideraron a las asociaciones obreras como enemigas del orden y la paz pública, apresurándose a prohibirlas y a reprimir cualquier manifestación del mismo.

Eduardo Montagut

viernes, 22 de enero de 2016

Apuntes sobre el inicio del anarcosindicalismo en España

El anarcosindicalismo se vertebra en torno al sindicato como protagonista indiscutible de la movilización social, y tuvo un evidente éxito entre la clase obrera española. El sindicato se organizaba por ramas o sectores de producción. Buscaba, en primer lugar, transformaciones en el ámbito laboral, de ahí la popularidad que alcanzaron. Pero ese sería solamente el paso previo, ya que, al final lo que se pretendía era la revolución social, con la huelga general como instrumento fundamental.
200px-Logo_CNTEl anarcosindicalismo recoge algunos aspectos del marxismo para unirlos con las ideas anarquistas, como era la lucha libertaria, su aversión hacia la política y la participación en las instituciones democráticas, y la descentralización en la gestión. Hubo roces entre el anarquismo teórico y el anarcosindicalismo. Los grandes teóricos del anarcosindicalismo fueron Anselmo Lorenzo, Llunas i Pujals, etc., y los dirigentes más conocidos fueron Salvador Seguí, Ángel Pestaña, y Joan Peiró. En 1919 se celebró un congreso donde se establecieron algunos puntos: el comunismo libertario, la acción directa como forma de lucha, supresión de la propiedad privada y abolición del Estado.
Aunque hemos hablado de los conflictos entre el anarquismo teórico y el anarcosindicalismo no cabe duda que los enfrentamientos importantes se dieron entre éste y el socialismo español, ya fuera con el PSOE, ya, especialmente, con la UGT. Los anarcosindicalistas criticaban a los socialistas por reformistas, porque buscaban participar en las instituciones, y porque no los consideraban revolucionarios. En la historia del movimiento obrero español es muy importante conocer la competencia y conflicto entre la CNT y la UGT.
El anarcosindicalismo aparece con la creación de Solidaridad Obrera y con la formación de la CNT. En el ámbito pedagógico destacará la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia, y su editorial y periódico, “La Huelga General”.

Eduardo Montagut

sábado, 16 de enero de 2016

Las huelgas de inquilinos

Los problemas derivados de la vivienda no son actuales. Con distintas variantes y situaciones, derivadas del contexto histórico, siempre han existido. En este trabajo nos acercamos a cómo los elevados precios de los alquileres llevaron a la movilización social en el pasado siglo.
Las huelgas de inquilinos surgieron a principios del siglo XX en diversas ciudades españolas, aunque, al parecer en 1883 en un congreso de trabajadores de Valencia se llegó al acuerdo de promover huelgas de inquilinos para que los propietarios bajaran los alquileres. En los inicios del nuevo siglo se detectan en la prensa y en congresos obreros llamamientos para organizarse con el fin de que se rebajasen los precios de los alquileres. En Barcelona se creó la “Sociedad de inquilinos la Unión”. Dicha organización animaba a los obreros a unirse en todo el país para el fin propuesto, para evitar los desahucios y proponiendo la huelga de inquilinos para conseguirlo. El impago masivo de alquileres se podía convertir en un arma eficaz. Tenemos que recordar que la mayoría de la población española vivía en régimen de alquiler. El acceso a la propiedad es un fenómeno relativamente reciente de nuestra historia contemporánea.
Las primeras huelgas de inquilinos se desarrollaron en Baracaldo y Sestao en 1905, donde se llegó a paralizar la vida en esta importante zona industrial. En 1919 destacó la huelga de inquilinos de Sevilla. Ya en los años treinta se dieron dos grandes huelgas de este tipo: en 1930 en Barcelona y tres años después en Tenerife. Pero estas movilizaciones no fueron exclusivas de España porque el fenómeno se dio también en Europa, con ejemplos destacados en Budapest, en Viena o la muy importante de Glasgow donde se movilizaron veinte mil personas en 1915. También hubo huelgas de inquilinos en América, especialmente en Argentina. En 1907 se dio la que podría ser considerada la más grande de todas, ya que afectó a más de cien mil inquilinos.
Como ha quedado apuntado, estas huelgas consistían en dejar de pagar los alquileres colectivamente, como forma de presión para una mejora de las condiciones de vida. Se reivindicaba una bajada de los alquileres y también la construcción de viviendas públicas baratas. Además, los participantes en estas huelgas se organizaban para evitar desalojos. Las mujeres se destacaron en esta faceta de la lucha social. Las huelgas de inquilinos en España tuvieron cierta influencia del anarquismo y no tanto del socialismo. Tanta fuerza tuvieron estas movilizaciones que las autoridades se emplearon a fondo en su represión con intervenciones policiales para detener a los protagonistas y que se pudieran emprender los desahucios.
A corto plazo estas luchas fracasaron porque no pudieron bajar los alquileres ni que las autoridades reconociesen a los grupos o ligas de inquilinos como interlocutores, pero en una perspectiva más amplia, no cabe duda que contribuyeron a que se terminase por reconocer el derecho a la vivienda. Aún así, en muchos lugares, incluido nuestro país, es un derecho no garantizado.

Eduardo Montagut


martes, 12 de enero de 2016

Breve historia del derecho de huelga en España

La huelga ha sido un instrumento de protesta fundamental en la historia del movimiento obrero desde los albores de la Revolución Industrial hasta hoy mismo. En un momento en el que se suceden las huelgas y en el que reaparecen los debates sobre la posible regulación de las mismas y sobre las consecuencias que generan, hacer un recorrido, aunque sea breve, sobre la historia del derecho de huelga puede ayudarnos a tener elementos de juicio, sobre todo, al constatar que el reconocimiento de este derecho ha sido muy reciente, muy trabajosamente conseguido y que algunos sectores lo cuestionan de forma más o menos solapada.
En principio, el derecho de huelga se vincula en la historia del constitucionalismo al conjunto de derechos que están asociados a acciones colectivas, como son los de asociación y manifestación. Pero si los dos anteriores fueron reconocidos en casi toda Europa ya en el siglo XIX, el de huelga tardó mucho más en hacerlo, quizás porque era el que más ponía en cuestión los principios del sistema capitalista y porque generaba no pocos conflictos con otros derechos ya reconocidos. Habría que esperar a después de la Segunda Guerra Mundial para que el derecho de huelga fuese recogido por la Constitución francesa de 1946.
La huelga estuvo terminantemente prohibida en España durante todo el siglo XIX, estando considerada como delito hasta el año 1909. En los primeros decenios del siglo XIX comenzó a plantearse la necesidad de que el Estado interviniera en los conflictos laborales y no sólo empleando el uso de la fuerza para zanjarlos o empleando la ley para perseguir a los huelguistas. Este cambio se produce en un contexto general occidental donde el principio de no injerencia estatal del liberalismo clásico comenzaba a dejar paso a una tendencia que defendía una mayor intervención pública en el mundo socioeconómico en casi todos sus ámbitos, impulsada por la constatación de que el mercado no era la panacea que generaba la armonía soñada, pero también por la presión del movimiento obrero y de la izquierda política, así como por la posterior influencia de la experiencia revolucionaria rusa y del ascenso del fascismo, donde el Estado terminó adquiriendo un papel fundamental. En el caso concreto que nos ocupa, los gobiernos europeos intentaron buscar una alternativa para evitar las huelgas y sus consecuencias y, para ello, comenzaron a establecer organismos con el fin de mediar y buscar acuerdos entre los  patronos y los obreros, con desigual éxito. En España, en el año 1908 una ley dispuso la necesidad de crear comités paritarios para conciliar a las partes en los conflictos laborales colectivos. En 1922 se crearon los comités permanentes o temporales para la solución de este tipo de litigios. La Dictadura de Primo de Rivera fundó la Organización Corporativa Nacional, articulada en torno a los comités paritarios de cada oficio, formados por un mismo número de vocales patronos y obreros. Estos comités tenían como misión resolver pacíficamente los conflictos mediante la negociación, además de otras atribuciones de carácter laboral. Este sistema se basaba en el corporativismo fascista italiano pero con una importante diferencia, ya que permitía una cierta libertad de sindicación, por lo que el movimiento obrero ligado al socialismo aprovechó este puente tendido desde el poder, para incorporarse al sistema y, de ese modo, conseguir mejoras reales para los obreros, así como para intentar despegar frente a la pujanza que hasta esos momentos había tenido el anarcosindicalismo entre las clases trabajadoras. Aún así, en el socialismo español se vivió un intenso debate sobre la conveniencia de colaborar o no con la Dictadura. En contrapartida a la institucionalización de la negociación, el Código Penal de 1928 consideraba la huelga como un delito de sedición.

En la Segunda República, Largo Caballero, desde el ministerio de Trabajo, impulsó la reforma de las relaciones laborales, creando los jurados mixtos, cuyos precedentes eran los propios comités paritarios de la Dictadura. Un decreto de 7 de mayo de 1931 estableció los jurados mixtos para arbitrar las condiciones de contratación y vigilar las cuestiones laborales del campo. La ley de 27 de noviembre de ese mismo año extendía los jurados a la industria, servicios y actividades profesionales. Estos jurados estaban compuestos por vocales elegidos paritariamente por las organizaciones patronales y obreras. Los jurados debían, como misión fundamental, mediar en los conflictos laborales, estableciendo un dictamen de conciliación. En caso de que este dictamen fuera rechazado por alguna de las partes, el jurado podía remitirlo al Ministerio de Trabajo y éste al Consejo Superior de Trabajo para buscar una solución. Por otro lado, la ley estableció que tanto la huelga como el lockout, es decir, el cierre patronal, eran ilegales si se realizaban contra lo dispuesto en los acuerdos de conciliación o en los laudos arbitrales. Aún así, el Código Penal de 1932 dejó de considerar a la huelga como un delito de sedición.
Desde muy pronto, todavía en guerra, el régimen franquista consideró la huelga como un grave delito. El Fuero del Trabajo de 1938 calificaba como tal los actos individuales o colectivos que de algún modo turbasen “la normalidad de la producción”. El Código Penal de 1944 volvió a calificar la huelga como un delito de sedición.
En la historia legal de la huelga en nuestro país es capital recordar el decreto-ley de 1977 que anuló la legislación franquista y recogió una serie de condiciones que debía reunir una huelga para que fuera legal. Por fin,  en el segundo punto del artículo 28 de la Constitución de 1978 se reconoció el derecho de huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses, apelando a una ley cuya misión sería la regular este derecho para garantizar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad, los famosos “servicios mínimos”, cuestión que ha generado y genera no pocos conflictos entre las autoridades y los sindicatos.

Eduardo Montagut

domingo, 10 de enero de 2016

El anarquismo

Pretender resumir el anarquismo en un breve artículo es, cuando menos, una osadía pero, también es cierto que el objetivo que se pretende es acercarse a este movimiento fundamental en la historia contemporánea, ofreciendo algunas pistas para que se pueda profundizar en el tema, posteriormente. Así pues, seremos osados.
Introducción
El anarquismo es un movimiento que, al contrario del marxismo, no presenta una coherencia doctrinal, ya que, agrupa distintas concepciones, aunque, como regla general podríamos decir que se trata de una ideología individualista y libertaria y que propugna una sociedad sin autoridad, sin propiedad privada de bienes y medios de producción. Entre sus pensadores se pueden señalar a William Godwin, Max Stirner, Proudhon, Tolstoi, Eliseo Reclus, Kropotkin y Bakunin.
Bakunin
Mijail Bakunin (1814-1876) procedía de una familia aristocrática rusa. Abandonó su carrera militar y se instaló en Berlín para estudiar. La Revolución de 1848 le sorprendió en Praga donde fue detenido por las autoridades austriacas, siendo enviado a Rusia y desterrado a Siberia. Consiguió escaparse y vivió en varias ciudades europeas, instalándose en Suiza. Bakunin se destacó por su enfrentamiento con Marx en la I Internacional.
Bakunin defiende y exalta la libertad del individuo pero concebida socialmente. El hombre no podría ser verdaderamente libre sino lo eran el resto de seres humanos. Otra de las ideas fundamentales de Bakunin es su rechazo total a la Iglesia como institución aunque admite la pluralidad de cultos, ya que la religión es una cuestión de las conciencias individuales. La educación se contempla como un instrumento de cambio social; de hecho, entre los anarquistas siempre hubo destacados pedagogos, que defendieron un nuevo modelo de educación basado en las ideas libertarias, abriendo escuelas y editando libros. En relación con esto estaría la preocupación que los activistas anarquistas dieron al desarrollo de la propaganda oral hacia los obreros, muchos de ellos analfabetos.
Bakunin perseguía la eliminación del Estado por considerarlo un instrumento represivo, y la desaparición del ejército, innecesario una vez que ya no habría Estado. Bakunin creía en la revolución campesina, hecha desde abajo, por las masas, de forma espontánea, sin participación de partidos políticos. Estos postulados se basan en el rechazo radical de Bakunin y del anarquismo, en general, hacia la política y cualquier tipo de autoridad. El anarquismo no consideraba a los obreros industriales como protagonistas exclusivos de la revolución. Bakunin apostaba por los campesinos, mientras que otros anarquistas valoraron también la importancia de más sectores oprimidos, como los estudiantes y los jóvenes.
Una vez que triunfase la revolución, surgiría una sociedad sin Estado, sin poderes institucionales y se articularía en torno a comunas autónomas, especie de pequeñas células organizadas en régimen de autogestión. Mediante el sufragio universal masculino y femenino se elegirían a quienes dirigirían las comunas. Éstas podrían federarse o separarse libremente de otras comunas, hasta constituir regiones o naciones, pero manteniendo siempre la capacidad de abandonar la federación en la que se habrían integrado. En las comunas la propiedad sería colectiva.
El ideal anarquista sería, en conclusión, el de una sociedad de hombres y mujeres absolutamente libres, que no obedecerían más que a su razón. Las comunas son la constatación del rechazo anarquista hacia las grandes concentraciones fabriles y de población, resultado de la Revolución Industrial, ya que, se pensaba que en estas concentraciones era imposible el ejercicio constante de la soberanía, verdaderamente, popular.
 Comparación entre el anarquismo y el marxismo
El anarquismo y el marxismo presentan grandes diferencias entre sí, como se puso de manifiesto en la I Internacional cuando se discutió la cuestión de la participación obrera en la política institucional. Frente a la lucha política mediante la organización de los trabajadores en partidos políticos defendida por marxismo, los anarquistas abominan de todo tipo de organización política centralizada. Eran enemigos de emprender acciones políticas porque sus ataques no iban solamente contra el Estado burgués o capitalista, como defendía el marxismo, sino contra cualquier forma de Estado y, por supuesto, contra la dictadura del proletariado.
Si la revolución era el resultado de la lucha de clases y debía ser guiada por los partidos obreros, según el marxismo;  los anarquistas hablaban, como hemos visto, de una revolución o insurrección espontáneas. Otra de las grandes diferencias se refiere a los protagonistas de la revolución. Si el proletariado industrial era el sujeto revolucionario para el marxismo, los anarquistas se inclinaban hacia los campesinos y los sectores oprimidos, en general, de la sociedad.
Anarcomunismo
El anarquismo de Bakunin puede ser definido como anarco-colectivismo, ya que suponía la colectivización de los instrumentos de trabajo, el capital y la tierra, pero no de los frutos. Pero, también habría un anarco-comunismo, defendido por Kropotkin o Reclus, entre otros, que estipularía la necesidad de colectivizar no sólo los instrumentos sino también los productos. El anarco-comunismo era más sensible a la economía industrial donde era imposible determinar la cantidad de trabajo de cada uno y, en consecuencia, la riqueza pertenecería a todos.
Violencia
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, un sector del anarquismo eligió la vía del atentado terrorista contra los representantes del poder (reyes, políticos, etc). Se trataría de la “propaganda por el hecho”. En España destacaron los atentados de la bomba del Liceo de Barcelona y el asesinato de Cánovas del Castillo.
Anarcosindicalismo
La mayoría de los obreros que se acercaron al anarquismo se distanciaron de los sectores más radicales que empleaban la violencia. Otra vía pasaba por la formación de sindicatos que impulsaran la acción directa, es decir, que los conflictos laborales debían resolverse entre los obreros y los patronos sin la intervención de organismos de arbitraje. El anarcosindicalismo se basó en los principios de la lucha de clases, de la negación de la política, especialmente del parlamentarismo burgués,  de la huelga como instrumento de lucha y la idea de la creación de una sociedad sin Estado. Después de la Primera Guerra Mundial el anarcosindicalismo entró en decadencia entre los obreros, que optaron más hacia posturas comunistas por la fuerte influencia de la Revolución Rusa, con la excepción de España donde fue una corriente fundamental del movimiento obrero, especialmente a través de la CNT, fundada en 1910.

Eduardo Montagut

miércoles, 6 de enero de 2016

Ricardo Mella en el anarquismo español

En este artículo nos acercamos a una figura fundamental del anarquismo español, Ricardo Mella Cea, que nació en Vigo en el año 1861 y falleció en la misma localidad en 1925. Federica Montseny consideraba a Mella como el más profundo, penetrante y lúcido de los pensadores anarquistas españoles y sus escritos comparables a los de otros autores del anarquismo mundial. También debe ser destacada su primigenia militancia en el republicanismo federal Se da la circunstancia, además, de que Ricardo Mella y Esperanza Serrano fueron padres de dos personajes importantes de la izquierda española del siglo XX: la anarquista Urania Mella, duramente represaliada por el franquismo, y del ingeniero y político socialista Ricardo Mella Serrano.
Mella comenzó militar en el republicanismo federal gracias a la influencia de su padre José Mella Buján, un sombrero muy activo en las filas republicanas gallegas y admirador de Pi i Margall. Nuestro protagonista ingresó, aún adolescente, en el Partido Republicano Democrático Federal, llegando a ser su secretario. Mella defendía claramente la solución federal para el Estado español y la autonomía para Galicia.
Ricardo Mella conocía bien la realidad social gallega, los problemas para subsistir y que llevaban a muchos gallegos a emigrar a Ultramar. También sabía del inmenso poder caciquil en Galicia. Estas situaciones le hicieron colaborar activamente en la prensa, como en La Verdad, órgano del republicanismo más radical. Sus denuncias sobre un desfalco en el Banco de España le llevaron ante los tribunales en 1881, siendo condenado por injurias. Pero eso no le amilanó. En Vigo fundó La Propaganda, un nuevo medio del republicanismo federalista y con tendencia al obrerismo. Dicha publicación estuvo activa hasta 1885 y fue presentada en el Congreso de Barcelona de 1881 que, como es bien sabido, fue la reunión donde se constituyó la Federación de Trabajadores de la Región Española, tras la disolución de la Federación Regional Española de la AIT. También asistió al Segundo Congreso, celebrado en Sevilla, en 1882, y donde estableció contacto con importantes anarquistas como Juan Serrano y Antoni Pellicer. En estos Congresos nuestro protagonista estaba ya evolucionando hacia el anarquismo.
En ese mismo año de 1882 tuvo que marchar a Madrid para cumplir la condena impuesta en Galicia y que era de destierro. Allí se casó con Esperanza Serrano, hija de Juan Serrano. En 1884 tradujo el libro Dios y el Estado de Bakunin, colaboró en La Revista Social y con la publicación mensual Acracia. También enviaba trabajos a la publicación anarquista barcelonesa El Productor, dirigida por destacados personajes del anarquismo como el mencionado Pellicer, Anselmo Lorenzo y Rafael Farga. Mella declaró a principios del siglo XX que La Revista Social le hizo ser anarquista.
Su suegro, Juan Serrano, le aconsejó que estudiara topografía. Eso hizo y ganó una oposición. Fue destinado a Andalucía y allí, dada su gran inquietud social, se interesó por la realidad de los jornaleros y entró en contacto con los anarquistas andaluces. Es este momento en el que Mella atacó la estrategia de la violencia. En Sevilla fundó varias publicaciones, como La Solidaridad. En esta etapa andaluza acudirá a los dos primeros Certámenes Socialistas celebrados en Reus (1885)  y Barcelona (1889), presentado varios trabajos, entre los que destacan un estudio sobre la emigración gallega, Diferencias entre el comunismo y el colectivismo, La anarquía: su pasado, su presente y su porvenir, La nueva utopía (novela imaginaria), El crimen de Chicago, etc..
En 1895 regresó a Galicia. Al año siguiente refugió en su casa de Vigo a Josep Prat, que huía de Barcelona por la persecución desencadenada a raíz del Proceso de Montjuïc. Precisamente, desde la prensa denunció los fusilamientos que trajo consigo el juicio. En esta época se intensificaron sus colaboraciones en la prensa gallega, madrileña e internacional, tanto de Estados Unidos, como de Argentina y Francia. Escribió los librosLombroso y los anarquistas (1896), Los sucesos de JerezLa barbarie gubernamental en España (Estados Unidos, 1897), La ley del número (1899), Táctica socialista (1900), La coacción moral (1901), entre otras obras. Destacará también la memoria La cooperación libre y los sistemas de comunidad, que en 1900 llevó al Congreso Revolucionario Internacional de París.
Mella siguió trabajando de topógrafo, lo que le llevó a residir durante un tiempo en Asturias. En esta época no estuvo muy activo, aunque fundaría con Eleuterio Quintanilla el periódico Acción Libertaria. Fue una etapa de fuertes disensiones y discusiones en el seno del anarquismo.
Mella no era partidario de las teorías sobre la pedagogía integral de Ferrer i Guardia porque siempre defendió un anarquismo puro, sin adjetivos. A raíz de los sucesos de la Semana Trágica siguió trabajando en la prensa anarquista, en Acción Libertaria de Gijón y en El Libertario, publicaciones asturianas. También colaborará en Acción Libertaria, publicación madrileña, además de regresar a Vigo donde se dedicaría a la construcción de la red de tranvías eléctricos, que pasó a dirigir. No fue contrario a la creación de la CNT pero planteó algunos reparos. En 1911 acudió al primer congreso de la Confederación representando a Asturias.
Mella fue dejando su militancia de primera línea en el seno del anarquismo en torno a la época en la que estalló la Gran Guerra, dedicándose de pleno a su profesión hasta que le sorprendió la muerte en 1925.
Eduardo Montagut

lunes, 4 de enero de 2016

Las condiciones laborales de los obreros en el siglo XIX

El número de horas de trabajo de los obreros en la Europa del siglo XIX fue muy variable, y sus condiciones laborales muy precarias, en función de la actividad desarrollada. En las fábricas algodoneras la duración de la jornada podía llegar a las quince horas. La duración de la jornada fue disminuyendo a lo largo del siglo XIX. Hacia 1870, los obreros ingleses trabajaban como media unas doce horas diarias y con pocos días de descanso. En la década de los años ochenta, la jornada se fue rebajando hasta las diez o nueve horas. Una de las grandes reivindicaciones de las organizaciones obreras durante todo el siglo XIX y los primeros años del siglo XX fue la jornada de ocho horas de trabajo, seis días a la semana. En algunos países de Europa se tardaron décadas en conseguirlo.
Mujeres y niños constituían una buena parte de la mano de obra de la época de la Revolución Industrial. En el año 1839, la mitad de la clase obrera británica estaba constituida por mujeres. En el inicio de la década de los años cincuenta, se sabe que trabajaba el 28% de la población comprendida entre los 10 y 15 años.
Los salarios eran muy bajos y muy ajustados para satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores. El trabajo infantil estaba mucho peor remunerado, lo mismo que el de las mujeres, que percibían alrededor de la mitad del salario de los hombres. A partir de los años cincuenta, los salarios tendieron a subir, especialmente para los obreros cualificados, pero el nivel de vida de los trabajadores continuó siendo muy bajo.
En las zonas industriales se pensó que sería conveniente que las viviendas de los trabajadores estuvieran cerca de las fábricas. Así surgieron los barrios obreros, con edificios de dos o tres plantas al principio, pero que aumentaron progresivamente en altura y volumen, a la vez que se extendían por los suburbios de las principales ciudades. Los barrios obreros crecieron de forma desordenada, sin que los poderes municipales se preocupasen de atender a los servicios como eran el trazado ordenado de calles, alumbrado público, conducción de aguas, alcantarillas, basuras, etc. Las calles y patios estaban muy degradados por el amontonamiento de basuras y desperdicios. Al no haber desagües, las aguas sucias se estancaban. Esa situación, unida al hacinamiento y la mala ventilación, aumentaban el peligro de infecciones. El interior de las viviendas era muy pobre, con pocas habitaciones, siendo frecuentes las cocinas y letrinas comunitarias.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX se extendieron por Europa las conocidas como colonias industriales fuera de las ciudades. Se trataba de una especie de barrios para los empleados de una fábrica, y se edificaban junto a la misma. Eran colonias construidas por iniciativa del empresario. El propietario vivía en una gran mansión, los directivos ocupaban casas amplias y los obreros tenían pequeñas casas. También tenían iglesias, tiendas, escuelas y hasta cementerios, en algunos casos.
Las primeras etapas de la industrialización trajeron consigo unas pésimas condiciones de vida para los obreros, como hemos comprobado. A finales del siglo XIX su situación mejoró en cierta medida, en parte debido al descenso de los precios agrícolas y también gracias a las conquistas sociales, y a una mayor preocupación de los poderes por la situación de los obreros, temerosos de la fuerza del movimiento obrero.
En relación con la dieta, el alimento principal siguió siendo la harina en forma de pan o de gachas, y la patata, que se difundió de forma extraordinaria hacia la mitad del siglo XIX. El consumo de carne, frutas, verduras y pescado fue, en cambio siempre muy escaso. El gasto en vestidos era muy reducido. La indumentaria del trabajador se diferenciaba claramente de la de los burgueses: la blusa y la gorra eran elementos distintivos de los hombres; y un vestido largo, era el atuendo de las mujeres.
El centro de ocio de los obreros era la taberna, único lugar que permitía relacionarse fuera del trabajo. Este hecho, junto con las duras condiciones labores, tuvo mucho que ver con el alto grado de alcoholismo existente entre las clases trabajadoras. El movimiento obrero intentó mejorar el ocio de los obreros a través de nuevos centros como las casas del pueblo, donde además de reunirse para debatir sobre aspectos laborales y políticos, se podía encontrar una alternativa a la taberna con clases, charlas, teatro, biblioteca, etc..
Eduardo Montagut